Cuentos para educar sobre Ocio

“Cuentos para educar sobre ocio y tiempo libre.”

CEAPA publica estos cuentos con el objetivo de aportar una herramienta a padres y madres de niños entre 6 y 12 años para hablar sobre como utilizar su tiempo libre. Con frecuencia, la mayoría de personas no somos conscientes de la relación que existe entre vivir la vida con satisfacción y el saber ocupar nuestro tiempo libre con actividades que nos llenen y nos hagas disfrutar. Así mismo, se le ha dado poca importancia a como los niños y niñas aprenden a través del ocio, fomentando la falsa creencia de que solo aprenden a través de la enseñanza académica.

 

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“Dónde está mi voz.” escrito por Raquel Míguez
y dibujado por EL RUBENCIO.

Una mañana, perdí la voz.
Como pasaba el tiempo y no aparecía, mis padres decidieron llevarme a un especialista en objetos perdidos.
El hombre nos recibió en su despacho, una habitación atiborrada de cosas. Tantas, que tuvimos que abrirnos paso apartando a manotazos timbres de bicicleta, muñecas de goma, libros de bolsillo, paraguas, sombreros, y todo lo que se pueda imaginar.
(…)
El hombre apartó un libro de su silla y unos cuantos paraguas de la mesa, antes de sentarse a examinarme.
—Acércate, jovencito. Sin miedo, las cosas no te harán nada si no las molestas.
(…)me dijo que abriera la boca y me afinó las cuerdas vocales. Después de tocar todas las notas, del do al sí, dijo:
—Hum, no sé… Las cuerdas ya están afinadas y, sin embargo, la voz sigue sin aparecer. (…)

 

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“En el campo no huele tan mal.”

escrito por Esperanza Fabregat
y dibujado por EL RUBENCIO.

A mí antes no me gustaban ni el campo ni las chicas, porque huelen raro. Pero ahora ya no me importa.

Y todo porque Juani, que es nuestra profe de extraescolares, dijo que teníamos que pasar un día al aire libre, como si el aire de aquí estuviera en una cárcel o algo parecido, y a mí me entró el tembleque. El campo huele a caca de vaca y me dan ganas de vomitar solo con pensarlo. La última vez que vomité en una excursión todos se rieron de mí y me costó meses que dejaran de llamarme el potas. Como Juani lo sabe, me guarda sitio en los primeros asientos del autobús, con los más pardillos, para darme la bolsita de papel en cuanto me empiezo a poner blanco.
Así que subí al autobús y me tuve que sentar con Juanma, que también vomita siempre porque su madre le hace unos desayunos que no me extraña nada. Yo me fui tapando la nariz todo el rato y mirando por el rabillo del ojo a los que iban sentados detrás, que no hacían más que reírse.
(…)

 

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(…)

Como teníamos que hacer tiempo nos pusimos a mirar al agua para ver si encontrábamos una rana. Yo pensaba que a las chicas les daban asco los bichos, pero cuando vimos algo que saltaba unos pasos más allá de la orilla, Candela se quitó las deportivas y los calcetines, se remangó los pantalones y metió la mano hasta el codo en el río sin asustarse ni dar grititos de esos que dan otras. En seguida sacó una rana pequeña y me la ofreció con la palma extendida. A mí sí me dio un poco de asco, la verdad, pero no quería decírselo por no parecer un cobardica. Respiré hondo antes de tocarla y me pareció que el aire olía como el armario de las toallas de la abuela. Igual no todo el campo olía a caca de vaca y a tienda de jabones.
Candela dijo que si quería me enseñaba a cazar ranas y se acercó para explicarme cómo tenía que agacharme sin hacer ruido. Se puso delante de mí y me quedé mirando un mechón pequeño que se le escapaba de la coleta justo en medio del cuello. Se me pasó la sed, se me pasó el asco y me puse tan nervioso que me metí al agua con zapatillas y todo, pero ella hizo como si no lo hubiera visto y no me regañó ni me dijo que era un torpe. (…)

 

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“El Escaparate”

escrito por Clara Redondo
y dibujado por EL RUBENCIO.

De los sesenta y cinco escaparates que había en el centro comercial, aquel al que Azul tenía la nariz pegada era su favorito. Tres maniquíes blanquísimas y calvas parecían mirarla con descaro. No era la primera vez que se quedaba así delante de ellas. Azul hacía lo mismo todos los sábados del año. Hiciera frío o calor. Tronara o se cubriera el barrio de nieve. Porque ir al centro comercial era la afición preferida de toda la familia (ella, su madre y su padre). (…)



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